jueves, 13 de octubre de 2011

Nuestra propia mano

Según el economista y filósofo escocés Adam Smith "la mano invisible" es una metáfora que expresa la capacidad de autorregulación del libre mercado, una especie de orden natural que compensa los excesos por sí sola.

Sabemos que el libre mercado es definido por las leyes de la oferta y la demanda que son el modelo básico de la economía.

En la sociedad en la que vivimos podríamos decir también que existe una mano invisible empeñada en hundirnos cada vez más en la cultura de consumo, esa mano invisible podría ser puesta al descubierto con el nombre de publicidad. Una mano que nos empuja "sutilmente" hacia unas necesidades impuestas pero aceptadas por todos.

La publicidad encierra una paradoja sorprendente: aunque no oculta sus intenciones y no engaña a nadie, consigue sus objetivos y logra seducir. Ninguno de nosotros cree realmente (eso espero) que si usa cierto desodorante o come determinado cereal, va a ser más atractivo para el sexo opuesto o todos en la calle le van sonreír cuando lo vean.

Según el sociólogo alemán Niklas Luhman, la publicidad halaga a su público. Muestra desfachatadamente sus ansias por vender, ofreciendo un mundo notoriamente artificial donde se transparenta su falsedad. Con esto la publicidad le susurra al ego del espectador que lo único que quisiera es convencerlo, pero sabe que él es demasiado inteligente para aceptar el engaño y es demasiado libre como para que lo obliguen a comprar.

Es precisamente en este definición donde entra nuestra propia mano invisible a doblegar nuestra conciencia. Tenemos la opción de comprar solo lo que queremos comprar pero, por una extraña coincidencia, concuerda perfectamente con lo ofrecido por la publicidad. "Un seductor no engaña a nadie que no quiera ser engañado".

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